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Drawing, Paper on Paper
Size: 8.5 W x 11 H x 1.2 D in
Ships in a Crate
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En Un dibujo no son todos los dibujos, Carolina Rodríguez presenta 50 dibujos en lápices de colores y una intervención de espacio específico. El conjunto de piezas se constituye en una invitación a pasar fijándose, a apreciar detenidamente, a dejarse fascinar por las obras y a contemplar sus detalles. Por eso la caja y el hueco. Gracias al dispositivo concebido por la artista, las obras muestran y al mismo tiempo ocultan parcialmente su contenido. La invitación a observar es más intensa que si estuvieran descubiertas, entre otras cosas porque lo que se ve a primera vista es un par de ojos. Gracias a ese objeto secundario que cubre buena parte de la obra, se genera un retraso y una distracción en la relación con la imagen como diría Roland Barthes. Paradójicamente, esta nueva capa eleva el deseo de descubrir, en un sentido real y figurado. ¿Qué hay detrás? ¿A quiénes pertenecen esas miradas que a veces nos confrontan y otras veces nos esquivan? Misterio y voyerismo, sugestión y metáfora, tensiones que activan una relación casi erótica con las obras. En el acto de descubrir cada pieza se generan relaciones singulares con las formas y lo que representan. Cada dibujo es único. Y en cada dibujo se representa a un individuo. No hay manera de reducir su multiplicidad a un molde, aunque atienden a una misma técnica y contenido. Los trazos que emplea Rodríguez son burdos, toscos, como los de un infante. Pero su fuerza y energía está perfectamente canalizada, contenida. Son golpes y rayones de lápices de color, hechos como si se agarrara el instrumento con el puño cerrado o con la mano no dominante. Esas líneas aplicadas con crudeza, que saben con precisión y virtuosismo en qué cantidad y en qué lugar del plano tienen que acontecer, permiten que emerjan con delicadeza y conocimiento las figuras. Niñas y niños vestidos como adultos; disfrazados de ejecutivas, hombres de negocios, rockeras, vaqueras, navegantes, pasteleros, mujeres de clase alta, parejas, y toda la parafernalia de oficios y profesiones que nos puedan evocar sus vestimentas. Esos trajes se sienten impostados. Y los personajes travestidos en cuanto que ocultan su verdadera apariencia de infantes. Lo que no tendría por qué ser señalado si no fuera porque no parecen haber sido ellos los responsables de sus atuendos. Es por eso que los niños y niñas que pueblan Un dibujo no son todos los dibujos hacen, entre otros, ese reclamo. Es como si preguntaran, con tono de decepción: ¿cuánto tiempo más quieres que pose para ti? ¿No me has visto suficientemente? ¿Qué más quieres? Estas preguntas –chocantes– sólo aparecen cuando se les dedica el suficiente tiempo a las obras. Los retratos y obras sobre la infancia usualmente se relacionan con lo efímero que se quiere conservar; evocan tiempos perdidos o pasados. En el caso de Rodríguez, sus obras no remiten necesariamente a la memoria y sus trazas. En cambio, nos arrojan con violencia y ternura preguntas sobre cómo nos relacionamos con la niñez en la contemporaneidad. ¿Reconocemos a los niños y niñas como sujetos que pueden opinar, pensar y decidir, y cuyos intereses no necesariamente se alinean con los del mundo social y económico construido por los adultos? Lo anterior queda patéticamente en evidencia en una de las piezas en las que se ve un pequeño (o pequeña) ataviado con traje de color violeta y una gorra; su pelo crespo y castaño desborda los límites de la cachucha. Destaca sobre su chaqueta el dibujo de un monigote, el cual duplica el gesto del infante. Un dibujo dentro del dibujo. Un dibujo que parece hecho por un niño (o una niña), dentro del dibujo de un niño (o una niña). Un parche de infancia que se sobre impone a una prenda adulta. Signo potente de alerta, de exclamación, pues ese monacho reclama con fuerza y suavidad el lugar de los niños. Conrado Uribe
2018
Paper on Paper
One-of-a-kind Artwork
8.5 W x 11 H x 1.2 D in
White
Not applicable
Ships in a Crate
Typically 5-7 business days for domestic shipments, 10-14 business days for international shipments.
Ships in a wooden crate for additional protection of heavy or oversized artworks. Artists are responsible for packaging and adhering to Saatchi Art’s packaging guidelines.
Colombia.
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My drawings are never the product of my imagination. I reproduce those images that I find in children's fashion magazines, advertising, and all kinds of media, which affect me in one way or another. Most of the images I choose to draw, are the images that no longer have room in my head, and I need to process because I simply do not understand. It is something like: “Hey, wait a second, what I'm seeing?” I then need to externalize it, and this helps me to understand the state of our society. When I paint I do not use traditional art means such as oils, paintings and those stuff. I like to color like children do. With my own childish stroke, I feel I can build a language that allows a greater understanding of childhood in today's society. For me, the colors are life, and in the case of my work, these colors give life to that which has been forgotten and which we have left behind. Today we see children in different conflicting situations. Girls and boys are mothers, fathers, models, prostitutes, soldiers, etc. It seems as if we lived in a world without childhood, without beginning, but with a premeditated end. I believe in childhood, in that light spectrum emanating from their own essence and which I try to materialize with my work. Regardless of the conditions, which children had to live, a child is always a child, and he will never cease to be. Because their nature is untouchable, alive, full of colors, no one and nothing can alter it. Mass media may try to change our mind, they might even make us forget, but no one will ever lose the child within, who is always full of life and color.
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