Alegoría de la pintura Print

Sin quererlo me veo condicionado por mi entorno, lamentable o afortunadamente, no lo sé, pero sucede. Y, puesto que todo ello deja una huella narrativa en mi obra, se convierte en un valor añadido -de necesidad para mí- más que un fin en sí mismo. La pintura, creo que por ser autosuficiente, seguramente no debiera necesitar discurso alguno que la justificase. Diré que soy un hombre, no voy a decir artista, pero sí permanente buscador, que está comprometido con la propia pintura. El acto de pintar, tan desafiante, tan repleto de contradicciones y dudas, es un enfrentamiento íntimo del individuo consigo mismo, con sus miedos, pasiones y miserias; por lo que debe primar la honestidad y la coherencia. Me interesa la comunión que se produce entre el tiempo, la materia y el pintor -cabe destacar que cualquier material tiene su propia poética y es susceptible de ser utilizado para la creación artística-, dónde intervienen elementos tan bienvenidos como el azar, capaces de abrir caminos inesperados que pueden resultar más arriesgados e interesantes que los iniciales. No quiero obedecer a dictámenes estéticos y defiendo la capacidad sensitiva de la pintura frente a las modas metódicas y a las altas tecnologías, porque son de otra definición. Mi obra, de carácter expresionista -por responder a mi natural manera de sentir la creación plástica- muestra la verdadera naturaleza de un yo en un mundo mecánico de infinitas máscaras, aparentemente ordenado y artificial, donde actualmente parece ser que lo excesivamente evidente es un valor en alza.