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En "La plegaria", los hombres no logran atrapar la cuerda, la conexión con el misterio. Pasivamente rezan; inútilmente, esperan. En Hope un marinero, un viajante perpetuo, ha logrado asir la cuerda pero esa posesión resulta igualmente vana, paralizante, plena de desasosiegos. En ambos casos el ser humano se fía de una realidad aparentemente accesible y son enganados por la infranqueable pureza de la flor, una vez mas, por el misterio de la vida. Podría decirse que la serie de imágenes creadas por Ana Mendez tiene que ver con el deseo como centro recurrente de la conducta humana desde la mas trivial a sus diversas vinculaciones con lo divino. Dicho de otra manera, proponen una narrativa visual en torno a ese impulso, afectivo, físico, o espiritual, terrenal o mítico, que acosa y gratifica a todos los individuos. Al anhelo exaltado o cauteloso, que permite alcanzar fugaces segundos de éxtasis, capturar un objetivo material o la posibilidad de ser redimido, el afán por dejar huellas vitales capaces de vencer a la muerte. Siento, tengo la convicción obtenida a través de los diálogos sostenidos con la artista, que la mencionada serie de imágenes elige los estadios mas elevados del deseo, aunque de manera evasiva, intangible, se dejen traspasar por brisas esquivas, inasibles, no tienen que ver con la sensualidad entendida como el placer de los sentidos sino como fuerza sensorial, con todo el amplio espectro relativo a la capacidad de sentir. Sentir desde lo biológico o desde lo espiritual. Si existe sensualidad , esta se vincula , con un modo de ejecutar la pintura. Un deseo que juega, como en el verso de Elliot ("Abril es el mes mas cruel, criando lilas de la tierra muerta, mezclando memoria y deseo, removiendo turbias raíces con la lluvia de primavera...". El entierro de los muertos.T.S Elliot). El refinamiento expresivo, la sensualidad visual y la suavidad en el aspecto pictórico son otro factor importante el el resultado de la obra. La justa y armónica relación entre sensualidad formal y austera poética expresiva, instauran escenarios que se abren sucesivamente como en un rebosante juego de imprevisibles cajas chinas. La memoria del deseo y el infructuoso deseo por deshabitar la memoria Alfredo Torres